Posted: 18 Feb 2015 02:41 PM PST
ATILIO
A. BORON – Hace poco más de un año la derecha fascista venezolana
lanzaba una nueva ofensiva dirigida a provocar la “salida” del
presidente Nicolás Maduro. La “salida” era un eufemismo para designar
una convocatoria a la sedición, es decir, la destitución por medios
violentos, ilegales y anticonstitucionales del mandatario legal y
legítimamente electo por el pueblo venezolano.
Esta
iniciativa fue rodeada por un halo de heroísmo por la prensa de derecha
de todo el continente, que con sus engañifas y sus “mentiras que
parecen verdades” -según la perspicaz expresión de Mario Vargas Llosa-
intentó concretar una audaz de operación de alquimia política: convertir
a un grupo de sediciosos en épicos “combatientes de la libertad”. Todo
esto, naturalmente, fue alentado, organizado y financiado desde la Casa
Blanca que a la fecha aún no ha reconocido el triunfo de Maduro en las
elecciones presidenciales del 14 de Abril del 2013. Washington ha sido
en cambio veloz como un rayo para bendecir la elección de Otto Pérez
Molina, un general guatemalteco involucrado en una macabra historia de
represión genocida en su país; o para consagrar la elección de Porfirio
Lobo en un fraudulento proceso electoral urdido por el régimen golpista
que destituyó al presidente legítimo José Manuel “Mel” Zelaya y sumió a
Honduras en un interminable baño de sangre. Pero una cosa son los amigos
y otra muy distinta los enemigos o, mejor dicho, los gobiernos que por
no arrodillarse ante los úkases imperiales se convierten en enemigos. La
República Bolivariana de Venezuela es uno de ellos, al igual que
nuestra Cuba, Bolivia y Ecuador. Al desconocer el veredicto de las urnas
Washington no sólo transgrede la legalidad internacional sino que,
además, se convierte en instigador y cómplice de los sediciosos cuya
obra de destrucción y muerte cobró la vida de 43 venezolanas y
venezolanos (en su gran mayoría chavistas o miembros de los cuerpos de
seguridad del estado).
En
estas últimas semanas Estados Unidos ha redoblado sus esfuerzos
desestabilizadores, pero levantando la apuesta. Si antes procedía a
través de una pandilla de sediciosos que en cualquier país del mundo
estarían en la cárcel y sentenciados a cumplir durísimas condenas, hoy
desconfía de sus peones venezolanos, toma el asunto en sus propias manos
e interviene directamente. Ya no son aquellos obscenos paniaguados del
imperio, tipo Leopoldo López, María Corina Machado o Henrique Capriles
los que impulsan la desestabilización y el caos, sino la propia Casa
Blanca. Un imperio “atendido por sus dueños” que descarga una batería de
medidas de agresión diplomática y sanciones económicas que se montan
sobre la campaña de terrorismo mediático lanzada desde los inicios de la
Revolución Bolivariana hasta llegar, en los días pasados, a promover un
golpe de estado en donde las huellas de la Casa Blanca aparecen por
todos lados. Respondiendo a esas imputaciones la vocera del Departamento
de Estado Jen Psaki dijo que eran “ridículas” y que “los Estados Unidos
no apoyan transiciones políticas por medios no-constitucionales. Las
transiciones políticas deben ser democráticas, constitucionales,
pacíficas y legales.” Es obvio que la vocera es una mentirosa serial y
descarada o, hipótesis más benévola, padece de una grave enfermedad que
le ha borrado la memoria de su disco duro neuronal. Para repararlo
bastaría con invitarla a que vea un despacho de la CBC News que muestra a
una de sus superiores, la Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos
Euroasiáticos, Victoria Nuland, conversando amablemente con los neonazis
que ocupaban la Plaza Maidan de Kiev y exigían la renuncia del
Presidente Viktor Yanukovich, cosa que lograron pocos días después luego
de una serie de violentas acciones.[1] Más
tarde las bandas neonazis del Pravy Sektor atacaron un local sindical
en Odessa donde se agruparon los opositores al golpe perpetrado en
Ucrania, le prendieron fuego y quemaron vivos una treintena de personas
mientras desde afuera disparaban contra quienes trataban de huir del
edificio en llamas. Esos bandidos, alentados por Washington con la
presencia de Nuland, actuaron al igual que los criminales del Estado
Islámico cuando capturaron a un piloto del avión caza jordano, lo
encerraron en una jaula y le prendieron fuego. Esto fue una atrocidad
incalificable, lo otro un lamentable incidente que apenas si mereció un
comentario del Departamento de Estado. Por último, habría que recordarle
a la desmemoriada vocera que fue el propio Presidente Barack Obama
quien dijo que Estados Unidos “en ocasiones tuerce el brazo a los países
cuando no hacen lo que queremos”. Venezuela desde 1998 no hace lo que
Washington quiere, y por eso trata de torcerle el brazo con una
parafernalia de iniciativas dentro de las cuales ahora vuelve a
incluirse, como en el 2002, el golpe militar.[2]
Algunos
podrían objetar que la denuncia del gobierno bolivariano es alarmista,
infundada y que no hubo tentativa golpista alguna. Quienes piensan de
ese modo ignoran (o prefieren ignorar) las lecciones de la historia
latinoamericana. Estas demuestran que los golpes de estado siempre
comienzan como acciones puntuales, aparentemente insensatas y alocadas
de un grupo, y que no deben ser tomadas en serio. Es más: se suele
acusar a los gobiernos que desbaratan o denuncian este tipo de
actividades-¡que son el embrión del golpe de estado!- como
irresponsables que llevan zozobra a la población viendo fantasmas donde
hay tan sólo un pequeño núcleo de fanáticos que desean llamar la
atención de las autoridades. En todo caso, ¿cómo olvidar la labor
preparatoria de la derecha venezolana cuando pocas semanas atrás invitó a
los ex presidentes Andrés Pastrana, Felipe Calderón y Sebastián Piñera
para visitar a Leopoldo López, con el pretexto de participar en un foro
sobre el empoderamiento de la ciudadanía y la democracia? O cuando da a
conocer un comunicado conjunto firmado por los principales líderes
fascistas venezolanos: Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio
Ledezma, oportunamente fechado el 14 de Febrero y que luego de un
diagnóstico apocalíptico de la realidad venezolana termina diciendo que
“ha llegado la hora del cambio. El inmenso sufrimiento de nuestro pueblo
no admite más dilaciones.” En todo ese comunicado sólo se utilizan los
términos que son marca registrada de la Casa Blanca: “transición, cambio
de régimen” sin la menor alusión al referendo revocatorio, dispositivo
institucional de recambio de gobierno previsto por la constitución
chavista e inexistente en los países de los ex presidentes arriba
mencionados, pese a lo cual se acusa a Venezuela de ser un “estado
totalitario” a la vez que los países que no disponen de semejante
cláusula son caracterizados como ejemplares democracias, cuyos
presidentes pueden ir a la República Bolivariana a dar lecciones de
democracia. ¿Por qué no se alude a ese recurso? Porque ni Washington ni
sus secuaces piensan en un cambio dentro de la legalidad. El libreto
imperial es el recambio violento, estilo Libia o Ucrania o, en el mejor
de los casos, un “golpe parlamentario”, como el que derrocó a Lugo, o en
uno “judicial”, como el que precipitó la caída de Zelaya.[3] ¡Olvídense de la constitución!
Recapitulando:
tenemos la voluntad de Washington para acabar con el proceso
bolivariano, como lo hicieron en tantos otros países; están también las
tropas de choque locales, la derecha fascista o fascistoide que cuenta
con un impresionante apoyo mediático dentro y fuera de Venezuela; y
apareció también la vanguardia golpista que fue descubierta y
desbaratada por el gobierno de Maduro. La técnica del golpe de estado
enseña que hay que proceder metódicamente: siempre se comienza con un
pequeño sector que toma la delantera y sirve para probar los reflejos
del gobierno y la correlación de fuerzas en las calles y los cuarteles.
Nunca son la totalidad de las fuerzas armadas y el bloque sedicioso
quienes salen al ruedo y, al unísono, se sublevan en masa. No fue eso lo
ocurrido en contra de Salvador Allende en Chile. Fue la Infantería de
Marina la que a primeras horas de la mañana del 11 de Septiembre ocupó
las calles de Valparaíso, desencadenando una reacción en cadena que
terminó con el golpe de estado. Lo mismo ocurrió con el derrocamiento de
Juan Perón en la Argentina de 1955, cuando una guarnición de Córdoba se
levantó en armas. Y otro tanto se verificó en el Ecuador el 30 de
Septiembre de 2010, cuando se produjo la insubordinación de la Policía
Nacional que retuvo durante más de unas 12 horas en su poder al
presidente Rafael Correa. La inmediata reacción popular abortó el golpe,
impidiendo que la vanguardia golpista recibiera el respaldo militar y
político necesario para que el proceso rematara en el derrocamiento del
presidente ecuatoriano. La inacción o la subestimación oficial ante lo
que al principio aparece como una manifestación extravagante, minúscula e
inofensiva de una patrulla perdida es lo que termina desencadenando el
golpe de estado.[4]
Cabría
preguntarse por las razones de esta desorbitada reacción del imperio,
evidenciada no sólo en el caso de la República Bolivariana sino también
en Ucrania. La respuesta la hemos dado hace tiempo: los imperios se
tornan más violentos y brutales en su fase de decadencia y
descomposición.[5] Esta
es una ley sociológica comprobada en numerosos casos, comenzando por la
historia de los imperios romano, otomano, español, portugués, británico
y francés. ¿Por qué habría de ser la excepción Estados Unidos? Máxime
si se tiene en cuenta que la decadencia norteamericana –reconocida por
los principales estrategas del imperio- va acompañada por una rápida
recomposición de la estructura del poder mundial, en donde el fugaz
unipolarismo norteamericano que brotara de las ruinas de la Unión
Soviética –un infantil espejismo alentado por Bill Clinton y George W.
Bush y sus inefables asesores- y que anunciaba con bombos y platillos el
advenimiento del “nuevo siglo americano” se deshizo como un pequeño
pedazo de hielo arrojado en las ardientes arenas del Sahara. Ahora el
imperio tiene que vérselas con un mundo multipolar, con aliados más
tibios y reticentes, tributarios cada vez más desobedientes y enemigos
cada vez más poderosos. En ese contexto Venezuela, la primera reserva de
petróleo del planeta, adquiere una importancia esencial y la
reconquista de ese país no puede demorarse mucho más. O, como dice el
comunicado golpista de la derecha, “sin más dilaciones.”
Una
última referencia tiene que ver con los blancos escogidos por los
frustrados golpistas para realizar sus bombardeos. Aparte de edificios
gubernamentales clave la lista incluía las instalaciones de Telesur en
Caracas. Se comprenden las razones detrás de este siniestro plan pues
tantos los golpistas como sus instigadores, de afuera y de adentro del
país, saben muy bien el fundamental aporte de Telesur en informar desde
una perspectiva nuestroamericana y en despertar y cultivar la conciencia
antiimperialista en la región. Producto de la visión estratégica del
Comandante Chávez, que concibió a esa empresa pública multinacional como
un instrumento eficaz para librar la gran batalla de ideas en la que
estamos empeñados, su gravitación internacional y su credibilidad no han
dejado de crecer desde entonces. Su programación tiene un notable
contenido informativo y educativo, y la capacidad de quienes allí
trabajan ha permitido que millones de personas en todo el mundo puedan
comprobar las mentiras propaladas por los medios del establishment.
Mencionaremos sólo dos casos, de los tantos que podrían escogerse: el
informe sobre el golpe de estado en contra de Zelaya, minuciosamente
omitido por la televisión del sistema y cuando ya no podían ocultarlo lo
tergiversaban; y el desenmascaramiento de la noticia que decía que la
aviación de Gadaffi estaba bombardeando posiciones de indefensos civiles
en la ciudad de Bengasi, cabecera de playa de la OTAN en su proyecto,
desgraciadamente culminado exitosamente, de matar a Gadaffi y destruir
Libia. Mientras toda la prensa internacional mentía alevosamente Telesur
fue el único medio que durante cuatro días dijo la verdad que luego
todos debieron reconocer. Que no hubo bombardeos y que los supuestos
civiles indefensos eran en realidad una sanguinaria pandilla de
mercenarios lanzados al saqueo y el asesinato por Estados Unidos y sus
compinches europeos. Por eso los fascistas tenían a esa empresa como
objetivo a destruir. Y esto es un timbre de honor del cual los colegas y
amigos de Telesur pueden enorgullecerse. Habría sido motivo de
preocupación que hubieran desestimado a Telesur en sus planes golpistas.
Pueden decir, con orgullo, el Quijote: “ladran Sancho, señal que
estamos cabalgando.”
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