El Carrasco feudal
FUENTE: BRECHA | SOCIEDAD | Pág. 11 | 10/08/2012
"Unas palabras tan bruscas que te duelen y te llegan al alma". EL
testimonio de trabajadoras domésticas y migrantes, contratadas por la
familia Manhard
Mariana Contreras
Fue necesaria una orden de allanamiento para que los inspectores del
Ministerio de Trabajo pudieran entrar a la mansión de Carrasco donde
trabajaban de manera ilegal varias ciudadanas bolivianas. Era la punta
de una madeja que prosiguió con una denuncia en un juzgado del crimen
organizado. Brecha conversó con varias de las trabajadoras que llegaron
para cumplir tareas en la casa de Nathalie Manhard y en la de su padre,
Enrique Manhard, miembros de una de las familias más adineradas del
país. Las trabajadoras relataron cómo son captadas en su país, las
condiciones a que son sometidas en Uruguay y lo difícil de escapar
cuando el mundo es tan ajeno. En el Uruguay de 2012, una historia de
gente que se piensa con derecho a ser dueña de otra gente. Por suerte el
Estado esta vez parece estar dando todas las garantías necesarias.
Se las había arreglado sola, siempre. Incluso cuando se fue a Buenos
Aires, y también a San Pablo, a trabajar en talleres de costura, y
dormía y trabajaba y comía y vivía en una pieza. Seguramente en alguna
de esas maquilas tan infames como ilegales, que dos por tres son noticia
en la tevé cuando se incendian, o cuando se descubre que allí trabajan
cientos de migrantes irregulares por salarios miserables.
Pero esa mañana, cuando su sobrina la invitó a probar suerte en la
agencia de colocación de personal llamada Verónica, Laura -así le
diremos a los efectos de esta nota- aceptó. Hacía poco sus antiguos
empleadores se habían mudado de La Paz a Santa Cruz y ella no los siguió
porque sus hijos van al colegio en la capital boliviana. Así que
decidió probar suerte. Apenas llegó, "Vero" le preguntó si quería
trabajar en Uruguay. Se extrañó, pensando que le hablaban de la avenida
paceña, famosa por ser lugar de venta de pescado; pero no. "De
Argentina, más allá", le aclaró la dueña. "Anímate. Es una señora muy
rica, paga muy bien, trata muy bien a las muchachas." Preguntó cuánto
era el salario y Vero aseguró: "Quinientos dólares para empezar. El
segundo mes te va a aumentar 100 y vas a ganar 600 dólares". Mientras
ella sacaba cuentas y dudaba, Vero marcó un celular y lo dejó sonar un
par de veces antes de cortar. Miles de quilómetros al sur, Nathalie
Manhard Sasson entendió el mensaje y con presteza devolvió la llamada.
Instantes más tarde boliviana y uruguaya mantenían el diálogo:
-El trato es que te voy a pagar 500 dólares. Pago muy bien. Tengo otras muchachas bolivianas ¿sabés limpiar?
-Sí, tengo certificados de trabajo.
-¿Estarías dispuesta a venir?
-No sé, es que tengo niños?
-¿Tenés a quién dejárselos?
-Con su papá o mi hermana.
Durante la conversación, "Vero me dice: "¿Para qué le dices que tienes
hijos? No tengo hijos, debes decir". Y me dice la señora: "No hagas caso
a lo que dice Vero, hacé caso a lo que yo te pregunto y contestame". Y
yo le contestaba todo: sabía limpiar, sabía de costura, porque en Buenos
Aires y San Pablo he trabajado en talleres de costura. Me pidió mi
teléfono pero le di el de mi hermano, porque no estaba decidida a
trabajar. Vero me decía: "Anímate, anda. Es una señora millonaria, que
bien paga. No es cualquier señora, una cónsul, me dicen que es. Dicen
que es bien grande, bien linda, la casa. Las otras muchachas que
trabajan me dicen que es bien buena. ¿Quieres hablar con las otras?".
Hablando no voy a ganar nada. El lunes vengo si no encuentro trabajo". Y
se fue.
Después, todo sucedió muy rápido. Cuando llegó a su casa, Manhard ya se
había comunicado nuevamente. Horas más tarde volvió a llamarla y
prometió: "Si te quedas un año no te voy a descontar el pasaje. Te voy a
dar un celular, te voy a dar un chip".
"Yo debía al banco -cuenta ahora la trabajadora a Brecha-, y mi hermano y
mi cuñada me decían que así pagaría más rápido. No es que 500 dólares
fuera mucha plata. Son 3 mil bolivianos porque el dólar allí está muy
bajito, pero me venían como anillo al dedo, como dicen. Que yo esté
aquí, no gaste en mis pasajes? podía mandar un monto para mis hijos y
otro para el banco". Cuando el domingo a la mañana Manhard insistió con
un nuevo llamado y aseguró que había girado dinero a Vero para el
pasaje, Laura decidió aceptar.
El martes al mediodía tomó el bus que la separaría de la cordillera de
los Andes para, tres días después, dejarla con el mar a sus pies en
Montevideo. Tomó el taxi negro y amarillo tal como "la señora" le había
indicado y minutos más tarde arribó a la mansión ubicada en Américo
Ilaria, entre Viña del Mar y Copacabana. Los 400 pesos del taxi los pagó
la cocinera. Dejó sus cosas en la habitación, se dio un baño, e
instantes después comenzó su trabajo. Enseguida su identidad comenzó a
desdibujarse. A partir de ese momento era "la de la planta baja", como
se llama en aquella casa a la encargada de la limpieza de ese sector. No
imaginaba todo lo que viviría en los próximos meses.
En la residencia de Carrasco trabajan cuatro personas, siempre de origen
boliviano (una "planta alta", una "planta baja", una niñera y una
cocinera). La paciente reconstrucción que hizo el colectivo feminista
Cotidiano Mujer -institución a la que se acercaron varias mujeres en
busca de ayuda- permite saber hoy que al menos 12 ciudadanas de aquel
país pasaron por la casa en el último año. Todas llegaron a través de la
agencia Verónica, solicitadas por Nathalie Manhard. Viajaron por
tierra, sin contrato, permanecieron de forma irregular en el país.
Recibían 500 dólares de salario, trabajando prácticamente el doble de
horas de lo estipulado por ley y con un descanso de cuatro horas
semanales, nunca en fin de semana (véase recuadro).
Brecha está en condiciones de informar que Manhard también contactaba a
la agencia boliviana en procura de personal doméstico para sus amigas y
para sus padres (Enrique Manhard y Vivianne Sasson). Al menos en la casa
de sus padres, las trabajadoras recibían un trato similar. Según el
testimonio de una ex trabajadora de esa casa, el vínculo laboral en ese
lugar también era a través de Nathalie. Era ella quien decidía todo lo
referente al trabajo. Relatan también que, mientras su madre solía
mantener un trato amable, Enrique, el padre, era parecido a su hija en
la forma de dirigirse a las trabajadoras.
Otra de las constataciones es que cuando el vínculo laboral finalizaba
(sea porque no aguantaban el nivel de estrés o porque Manhard decidía
que no trabajaran más) eran "despachadas" (tal es el término que
utilizan) a Bolivia, incluso contra su propia voluntad. A partir de que
algunas lograron permanecer en el país es que se conoció la historia.
LA SEÑORA TIQUI TIQUI. "Tiqui tiqui. Acá se viene a trabajar", cuentan
que decía Nathalie Manhard a sus empleadas, mientras movía ágilmente los
dedos en señal de caminata. "Hasta ahora tengo en mi mente esa
palabra", comenta una de ellas mientras repasa algunos de los hechos que
muestran, además de las irregularidades y el incumplimiento de las
leyes, un fuerte componente de racismo y clasismo por parte de la
empleadora.
"Nos teníamos que parar a las 6 de la mañana y el desayuno debía estar
servido a las 7 en punto. "La comida de la casa", decían ellos, porque
tienen la cocina principal y la cocina del servicio. Y la comida del
personal es muy distinta a lo que ellos comen. Nos compraba carne picada
común, un quilo, que tenía que durar un mes. Lo que más comíamos era
polenta con pulpa de tomate o fideos hervidos con pulpa de tomate o con
atún. El jardinero no estaba autorizado a comer, pero la cocinera decía
"yo tengo hijos, sobrinos", y tratábamos de cocinar algo más y le
dábamos. Nuestro plato de lujo era arroz con huevo, o con pancho. Muy
rara vez podíamos comer lenteja. No podíamos comer tomate, salvo que
estuviera a precio bajo. No podíamos comer lechuga porque es carísima.
Pero había rúcula en su huerto y podíamos comerla. El desayuno era con
un paquetito de Nescafé. No podíamos tomar leche, Si era temporada de
manzana compraba una bolsa para nosotras. O de naranja. Pero otra fruta
no se podía comer. Ni banana ni otras cosas más. Ella decía que en todo
Uruguay el trato era así. Que teníamos que comer así." Un día, enterada
de que una trabajadora decía que ya no quería comer, Manhard les dijo:
"Si nadie quiere comer lo que les doy aquí, pueden salir, comprarse con
su plata. Hay Mc Donald"s; pueden ir a comer ahí, puede ir a comer al
restorán, si tienen plata". A la mala alimentación se le sumaban las
extenuantes jornadas de trabajo: un promedio de 14 horas de lunes a
lunes, con media hora para comer, y una hora de descanso que
difícilmente podía cumplirse porque siempre había tareas para hacer. "No
tenía ese tiempo", dice una trabajadora. Después de la limpieza de las
habitaciones, había que ayudar en la cocina, y además "tenía que
planchar. Planta alta lavaba y planta baja planchaba. Decía en la
carpeta (un "manual de instrucciones" que se les entregaba a su llegada)
que planta baja se hace cargo de coser, limpiar los championes a
diario, bajar y subir las cosas. La misma señora nos hacía pelear.
Demasiado estrés, era". Por ejemplo, dice el manual que la persona
encargada de la planta baja debe, según el día de la semana, limpiar el
hall de entrada y el baño de visitas, el breakfast, el comedor, el
living, el lavadero, el depósito de deportes, el dormitorio y el baño de
huéspedes, el depósito frente al dormitorio de servicio, el baño y el
hall del escritorio, el estar, el billar, el playroom y su baño, la
barbacoa, con su baño y cocina incluidos. Entre sus tareas también está
tender y servir la mesa durante la comida, lavar a máquina y a mano,
colgar y secar la ropa, limpiar y lustrar zapatos, guardar la ropa y el
calzado. Asimismo debe ayudar a la cocinera (salvo los días que está
cubriendo a la niñera) en el mantenimiento de la cocina principal
("siempre impecablemente limpia, horno, anafe, micro, heladeras,
filtros, muebles, pisos").
Al principio pensaba que el trabajo en Uruguay "debe ser así". Pero un
día la cocinera, que llevaba más tiempo en la casa, dijo que así no era.
Eso le había comentado una profesora uruguaya que durante un tiempo
frecuentó la casa. Le habló de las leyes, del descanso, de la limitación
de la jornada y los beneficios que les correspondían y de los cuales no
tenían noticias. Las trabajadoras no tenían a quién preguntar. No
conocían a nadie en el país, no sabían a quién recurrir. Es que el
trabajo migrante, cuando además es irregular, atrapa y congela. Sólo
tenían cuatro horas semanales libres. Eso impedía su movilidad a lugares
alejados de la residencia de Carrasco, a lo que se le suma el temor (el
autoimpuesto y el propiciado) de ser "atrapadas" en tanto que, luego de
los primeros tres meses, su permanencia en el país era irregular. "Si
saben que están irregulares las detienen", cuentan que les decía
Manhard, quien hacía rato había perdido las buenas formas que mostraba
por teléfono. La prohibición imperaba también dentro de la residencia:
tenían prohibida la conversación entre ellas a no ser por asuntos
estrictamente laborales.
"Una noche se rompió una carpa que en la mañana se abre y en la noche,
antes de que entre el sol, se recoge. No sabemos qué pasó. Llegó furiosa
y era tan? Me agarró primero a mí, me gritó que era una muerta de
hambre, que ella hacía comer a mis hijos. Que con lo que ganaba ni en 20
años podía pagarle porque esa carpa costaba más de 20 mil y pico. Luego
tomó a la otra. Pero con unos ojos, tenía un carácter... una voz que te
hace temblar. Yo con sólo mirar a esa señora le tengo miedo. Hasta el
día de hoy le tengo miedo, un miedo grande. Te grita, te da como unas
palabras tan bruscas que te duelen y te llegan al alma."
SALIR DE AHÍ. Los intentos por conocer sus derechos fueron
permanentemente boicoteados. Un día la cocinera decidió que saldría muy
temprano y utilizaría sus horas libres para ir al Ministerio de Trabajo.
Salió, volvió sin haber encontrado la sede, pero con la certeza de que
en Uruguay las cosas no eran como las pintaba Manhard. "Nos iremos", le
dijo a Laura. "Una muchacha ya había escapado de la casa; había sacado
su maleta por la ventana y se había escapado. Estaba antes que yo
llegara," contó. Pero el plan en este caso era otro: "Le diremos que nos
vamos a ir, y nos vamos a Punta del Este, que pagan bien", dijo la
cocinera. A los pocos días Manhard le anunció que le adelantaba las
vacaciones porque ella viajaría a Punta del Este, a casa de su madre. La
cocinera propuso ir con ella pero la dueña de casa dijo que su madre
tenía su propio personal, que visitara a sus hijos en Bolivia y que se
verían al regreso. Para ella quedaba claro que estaba siendo
"despachada". "Lo mismo sucedió con otra muchacha que estaba
averiguando. Una peruana le había dicho que el trabajo es bien distinto.
Eso fue en la mañana, y en la noche la despachó a Bolivia."
Era domingo por la tarde cuando la cocinera debió abandonar la casa. Al
poco rato llamó. "Como había estado más de ocho meses no podía salir sin
pagar a Migraciones. Pero como era domingo no podía. La señora Nathalie
le dijo que se volviera." Sin embargo, a la mañana siguiente "la señora
se tomó la "amabilidad" de llevarla a Migraciones y despacharla en el
ómnibus de Tres Cruces hasta Buenos Aires. Su plan no dio resultado. Esa
noche sólo hablamos ella y yo, luego se fue y perdimos contacto. Pero
ahí supimos cómo era. La muchacha de la planta alta conoció a una
peruana y le dijo lo mismo: el trabajo no es así." Para ese entonces
Laura ya había anunciado a Manhard que quería viajar a Bolivia en
verano, cuando se cumpliría más de un año de su llegada al país. "Ella
me decía: "¿Por qué te vas a ir, si tú me agradas? Haces bien las cosas,
la costura, peinas". Pero yo decía que extrañaba a mis hijos. Quería
salir de esa casa porque era mucho, yo no daba más."
DESENLACE. ¿Cómo supo la dueña de casa las intenciones de la cocinera?
Según el relato de varias trabajadoras (que no se conocían entre sí
hasta su encuentro en Cotidiano Mujer), en la residencia hay cámaras y
micrófonos que permiten ver y escuchar todo lo que sucede. "(Nathalie)
estaba en Punta del Este y en la computadora veía lo que sucedía en la
casa", dijo a Brecha una de las trabajadoras de la casa de los padres,
que en el verano cumplía funciones en su residencia del balneario. "Una
vez vinieron a arreglar una pared y ella llamó preguntando quién era la
persona que estaba en el pasillo." Un relato similar fue aportado por
otra trabajadora, que cumplía funciones en casa de los padres Mahard:
"Una vez me puse muy triste. A veces me digo qué estoy haciendo aquí. En
eso, me llama la señora y pregunta si me pasa algo, no sé cómo supo que
estaba llorando. Le dije que me iba a retirar. Ella quería volverme a
Bolivia. Me dijo que esperara hasta el 2 de agosto", narró a Brecha. La
"señora" a la que hace referencia es Nathalie, puesto que era ella quien
gestionaba los temas con el personal de su madre. Días después las dos
trabajadoras bolivianas que cumplían funciones allí fueron trasladadas
sin previo aviso a Migraciones para cambiar la tarjeta de entrada por
una de salida del país. En la noche el chofer las llevó a Tres Cruces,
con el cometido de "despacharlas" a Buenos Aires. "Vino la señora a
pagarnos, con los descuentos. Yo contaba con 400 dólares para
llevarlos", al igual que la otra trabajadora. "Pero viendo la plata ya
no llegábamos. Habíamos venido con poca plata pero ya regresarnos sin
nada? No queríamos volver, pero decía ¿dónde vamos a dormir? Yo estaba
llorando (en la terminal) cuando vino una señora que nos preguntó qué
nos pasaba. Nos ha dado la dirección de un refugio donde fuimos a pasar
la noche (la Casa del Inmigrante César Vallejo). Lo encontramos como a
las 12 de la noche. Al día siguiente estábamos en plaza Independencia y
una amiga nos trajo aquí" (se refiere al local de Cotidiano Mujer).
Es en la casa del colectivo feminista donde confluyen las historias y
donde varias de las trabajadoras bolivianas han tenido contacto entre
ellas por primera vez. Laura también llegó a Cotidiano después de
abandonar la casa de los Manhard: "La señora quería que firmara un papel
y yo he firmado. En ese papel me descuenta hasta el último centavo del
pasaje que me había pagado. Pensé que me llevaba como 400 y pico de
dólares. Salí con 200 dólares. Mi compañera no quiso firmar, entonces el
jardinero le impedía el paso. Ella quería salir y denunciar porque una
peruana ya le había hablado de Cotidiano. Ella logró salir antes y yo
después". Cuando ambas se encontraron "ya empezaba a asustarme, porque
la señora había dicho que nos iban a detener, y como siempre me dijo que
ella tenía mucho poder? el día que me fui dijo: "Si hoy día no van a
partir a Bolivia yo voy a mover mis contactos y ustedes van a estar
detenidas"". La historia de esta persona, que luego sería víctima de una
privación de libertad, o secuestro, o como jurídicamente pueda
llamarse, sería la que finalmente desencadenaría la denuncia judicial
(véase aparte). Pero al principio: "Me he resignado, lo dejo así y busco
otro trabajo. Al fin y al cabo no le debo nada a esa señora. Me alejé.
Me hice a un lado porque me dijo que tenía tanto poder. El que tiene
tanta plata siempre sale ganando. Y soy una persona así, ¿qué voy a
hacer con una persona así?", dice, mientras con sus dedos dibuja algo
pequeño primero y luego algo mucho más grande.
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BRECHA | SOCIEDAD | Pág. 11 | 10/08/2012
Mínimo, mínimo
La jornada laboral en la residencia Fernández Manhard comienza a las 7
de la mañana y finaliza alrededor de las 11 de la noche, según los
testimonios relatados a Brecha. El descanso son cuatro horas semanales,
que no caen en sábado ni domingo. El sueldo de las empleadas es de 500
dólares (10 mil pesos). No se cobran horas extra, no se paga doble los
feriados, ni tampoco se les da libre, y no cuentan con seguridad social.
Si el personal permanece menos de un año (cosa frecuente dado el trato
que reciben) se les descuenta de sus haberes el costo del pasaje. En la
actualidad el sueldo mínimo fijado por el Estado para las trabajadoras
domésticas es de 8.534 pesos por 44 horas semanales (siete horas
diarias) y el descanso es de un día y medio.