No debe ser aquel que fue azotado, el de los clavos en la cruz.
El
homenaje será para Ramón Cabrera, mi antiguo camarada de antes de la
dictadura y de antes del golpe de estado, ahora, lo encontramos lidiando
con la biología, como gusta decir otro entrañable, el Dr. Tabaré
Vázquez.
No
voy a estar con todas y todos en la plazoleta de entrada al épico Cerro
de Montevideo, que otros, como él, fueron capaces de proyectar y
ejecutar en homenaje a Rodney Arismendi.
Pero voy a sumarme al homenaje de esta forma.
Diciendo
que lo conocí y compartí sueños y fracasos antes de que lo llamáramos
Jesús, en estricto rigor de la lucha clandestina contra la dictadura
cívico – militar, fascista.
Tomé
mate y comí con su familia en su casa proletaria, aquella que estaba
del otro lado del Puente de la Barra, del otro lado del Río Santa Lucia.
Voy
a decir y contar lo que mi padre y mi madre, comunistas, y otros de su
estirpe, aun con una sonrisa de complicidad, recuerdan y cuentan de él.
Y
porque no contar todas las veces que lo putearon cuando infringía las
leyes de la clandestinidad en la lucha contra la dictadura.
Dice mi padre, hombre de 90 años: que como buen revolucionario y hombre grande, era peón pa’ todo.
Dice mi madre: este Jesús siempre tenía sed y hambre, y, como el otro, fue y es un hombre difícil de ocultar.
Lo
dicen los compañeros de la 16 del Partido Comunista de los Bulevares,
Paso de la Arena, Barrio Gori, La Barra, de Los Orientales, también los
de otro lado del Rió Santa Lucia y aquel matrimonio que vivían en un
modesto ranchito que el consiguió, muy recostado a los juncos y
camalotales, donde íbamos ha hacer una reunión clandestina.
La que terminó de mala manera porque una piraña me arrancó un pedazo de un dedo, después de una crecida del Río Uruguay.
Y
todo porque era demasiado chico el rancho y llamaba la atención que
cuatro tipos y una sola mujer estuvieran ahí adentro, en un día de calor
insoportable, cambiamos de planes y decidimos hacerla mientras
tendíamos y recogíamos una red agujereada, salvadora.
Maldita piraña fascista dije.
Pero vamos a lo que decían los compañeros.
Jesús
era difícil de compartimentar, de clandestinizar, de ocultar pero… lo
hicimos mejor que con el Jesús bíblico, entre todos lo hicimos
invisible, inasible para la dictadura.
No hubo Judas, No hubo Vía Apia. No, hubo azotes.
Como dijo Jaime, “con que clavos iban a clavar a este Jesús”
Hubo modestia, convicción, confianza, inteligencia y el coraje suficiente.
Cuando
la caída de José Pacella y de una nueva camada de militantes, los
represores creyeron terminada la lucha y la resistencia.
Los
dictadores nunca tuvieron la confianza de las masas y creyeron que era
sólo una consigna “que se podía” y que le habíamos quitado la
iniciativa, e igual que cuando el golpe de estado, llegaron tarde.
Jesús
y cientos de muchachas y muchachos le daban forma y contenido a la
organización, a la confrontación sin cuartel, sin pausas, contra la
dictadura.
Reunían
y organizaban, impulsaban a miles en cada aula, en las fábricas, en los
barrios, los clubes deportivos, las parroquias, los estadios de futbol,
los familiares de los presos sentían que ahora sí, una luz puntual los
esperaba.
Si
les digo que a este Jesús también lo esperaban para ponerse al “día y a
las ordenes”: Massera, Jaime, Altesor, German Araujo, Alcira, Martha,
Rita, Jorge, D’ Elia y, no podría afirmar si también el Gral. Seregni.
Un
recuerdo emocionado, siempre insuficiente, a sus cómplices, los cientos
de cuadros y de militantes comunistas y frenteamplistas.
Honor, gratitud y reconocimiento a todos ellos.
Y
como hacer un homenaje a Ramón Cabrera, “Jesús”, sin recordar y sin
saber sus nombres o sus seudónimos, de todas y todos los que fueron
descubriendo, casi en un sólo acto, que su camino era el de lucha contra
la dictadura, dándole golpes un día sí y otro también, desde la
clandestinidad.
Si
hasta el mismo Rodney Arismendi había llegado y estaba esperando a este
Jesús para el que nunca encontraron suficientes clavos.
Algún
día voy a retomar una charla trunca de esa época epopéyica, con Jesús,
cuando se le prendió fuego todo el paquete de El Popular, por no ser más
cuidadoso con el caño de escape de su sufrida moto.
A los compañeros hay una sola forma de homenajearlos.
Como gustaba hacerlo el Che: Hasta siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario