Radio Contacto sur

domingo, 22 de enero de 2012


No debe ser aquel que fue azotado, el de los clavos en la cruz.
El homenaje será para Ramón Cabrera, mi antiguo camarada de antes de la dictadura y de antes del golpe de estado, ahora, lo encontramos lidiando con la biología, como gusta decir otro entrañable, el Dr. Tabaré Vázquez.
No voy a estar con todas y todos en la plazoleta de entrada al épico Cerro de Montevideo, que otros, como él, fueron capaces de proyectar y ejecutar en homenaje a Rodney Arismendi.
Pero voy a sumarme al homenaje de esta forma.
Diciendo que lo conocí y compartí sueños y fracasos antes de que lo llamáramos Jesús, en estricto rigor de la lucha clandestina contra la dictadura cívico – militar, fascista.
Tomé mate y comí con su familia en su casa proletaria, aquella que estaba del otro lado del Puente de la Barra, del otro lado del Río Santa Lucia.
Voy a decir y contar lo que mi padre y mi madre, comunistas, y otros de su estirpe, aun con una sonrisa de complicidad, recuerdan y cuentan de él.
Y porque no contar todas las veces que lo putearon cuando infringía las leyes de la clandestinidad en la lucha contra la dictadura.
Dice mi padre, hombre de 90 años: que como buen revolucionario y hombre grande, era peón pa’ todo.
Dice mi madre: este Jesús siempre tenía sed y hambre, y, como el otro, fue y es un hombre difícil de ocultar.
Lo dicen los compañeros de la 16 del Partido Comunista de los Bulevares, Paso de la Arena, Barrio Gori, La Barra, de Los Orientales, también los de otro lado del Rió Santa Lucia y  aquel matrimonio que vivían en un modesto  ranchito que el consiguió, muy recostado a los juncos y camalotales, donde íbamos ha hacer una reunión clandestina.
La que terminó de mala manera porque una  piraña me arrancó un pedazo de un dedo,  después de una crecida del Río Uruguay.
Y todo porque era demasiado chico el rancho  y llamaba la atención que cuatro tipos y una sola mujer estuvieran ahí adentro, en un día de calor insoportable, cambiamos de planes y  decidimos hacerla mientras tendíamos y recogíamos una red agujereada, salvadora.
Maldita piraña fascista dije.
Pero vamos a lo que decían los compañeros.  
Jesús era difícil de compartimentar, de clandestinizar, de ocultar pero… lo hicimos mejor que con el Jesús bíblico, entre todos lo hicimos invisible, inasible para la dictadura.
No hubo Judas, No hubo Vía Apia. No, hubo azotes.
Como dijo Jaime, “con que clavos iban a clavar a este Jesús”
Hubo modestia, convicción, confianza, inteligencia y el coraje suficiente.
Cuando la caída de José Pacella y de una nueva camada de militantes, los represores creyeron terminada la lucha y la resistencia.
Los dictadores nunca tuvieron la confianza de las masas y creyeron que era sólo una consigna  “que se podía” y que le habíamos quitado la iniciativa, e igual que cuando el golpe de estado, llegaron tarde.
Jesús y cientos de muchachas y muchachos le daban forma y contenido a la organización, a la confrontación sin cuartel, sin pausas, contra la dictadura.
Reunían y organizaban, impulsaban a miles en cada aula, en las fábricas, en los barrios, los clubes deportivos, las parroquias, los estadios de futbol, los familiares de los presos sentían que ahora sí, una luz puntual los esperaba.
Si les digo que a este Jesús también lo esperaban para ponerse al “día y a las ordenes”: Massera, Jaime, Altesor, German Araujo, Alcira, Martha, Rita, Jorge, D’ Elia y, no podría afirmar si también el Gral. Seregni.
Un recuerdo emocionado, siempre insuficiente, a sus cómplices, los cientos de cuadros y de militantes comunistas y frenteamplistas.
Honor, gratitud y reconocimiento a todos ellos.
Y como hacer un homenaje a Ramón Cabrera, “Jesús”, sin recordar y sin saber sus nombres o sus seudónimos, de  todas y todos los que fueron descubriendo, casi en un sólo acto, que su camino era el de lucha contra la dictadura, dándole golpes un día sí y otro también, desde la clandestinidad.
Si hasta el mismo Rodney Arismendi había llegado y estaba esperando a este Jesús para el que nunca encontraron suficientes clavos. 
Algún día voy a retomar una charla trunca de esa época epopéyica, con Jesús, cuando se le prendió fuego todo el paquete de El Popular, por no ser más cuidadoso con el caño de escape de su sufrida moto.
A los compañeros hay una sola forma de homenajearlos.
Como gustaba hacerlo el Che: Hasta siempre.


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