El gran traicionado
Hace poco más de diez años, Pivel Devoto mostró, desde las páginas de
MARCHA, en una dilatada y documentada serie de notas, como, a través del
tiempo, había solucionado el juicio sobre la personalidad y la acción
de Artigas. "De la leyenda negra al culto artiguista" se titulaban esas
notas, que por desgracia detuvieron sus comentarios en 1880.
"Vencedor en el terreno ideológico -escribía Pivel- Artigas vio eclipsar
su hegemonía política ante el reclamo de sus tenientes que con las
provincias que acaudillaban, se creyeron en un grado de madurez reñida
con el protectorado, al tiempo que los últimos hechos de armas en la
resistencia contra la invasión portuguesa, señalaban el ocaso del
poderío militar del jefe de los orientales".
"Desde ese momento,
todos aquellos motivos de pasión personal y colectiva que la lucha había
engendrado, servirían para nutrir los juicios de la 'leyenda negra
artiguista'. La clase culta del Río de la Plata, que salvo excepciones,
entró a la revolución de 1810, sin sospechar las alteraciones del orden
social que ella traería, así como los otrora ricos hacendados de la
campaña oriental que auspiciaron la gran protesta rural de 1811,a la que
Artigas dio un contenido ideológico contrario a sus intereses, no
perdonarían por largo tiempo al 'caudillo tumultuario' que al declarar a
estos pueblos 'en el goce de sus derechos primitivos', los iniciara en
la verdadera revolución, cuyas incontables manifestaciones anárquicas
fueron desde entonces señaladas como sello característico de lo que se
dio en llamar 'los tiempos de Artigas'.
Es hora de preguntarse si
ese culto a que refiere con toda propiedad Pivel, no es un culto, de
latría, si no lo es también, en muchos aspectos, externo, si, por último
no es superfluo, en cuanto "se da por medio de cosas vanas e inútiles o
dirigiéndolo a otros fines" que los verdaderos y auténticos.
La
leyenda negra puede haber adquirido nuevas formas la que fue ponzoñosa
calumnia puede haberse convertido en reverente homenaje, pero una y otro
responden al mismo propósito: ocultarnos a Artigas, despojarnos de él,
disimularnos su significación, ofrecernos una imagen desfigurada del
héroe. La diatriba y la hagiografía conducirían a lo mismo, Y lo que no
pudo aquélla, lo lograría ésta. Así nos parece. Traicionado en vida,
Artigas sigue traicionado en la muerte. ¡Y qué traición!
Bien
pocos, -si los hubo-, tuvieron en la patria, vieja, cabal medida de lo
que Artigas fue y representó. La traición y la defección fueron la
infatigable compañía de éste. Sombra y eco de su soledad. No pensamos al
decirlo en la traición de las oligarquías porteñas, la de los
Pueyrredón y los Tagle; no pensamos tampoco en las astucias alevosas de
los caudillos del Protectorado ni en las de la diplomacia lusitana,
sutil y corruptora. Pensamos en las que conoció y sufrió en su propia
tierra que revistieron las más diversas formas. Uno de los episodios
menos explorados de nuestra historia es el de la invasión portuguesa y
aún menos explorado todavía -hechas las debidas excepciones, Pivel en
primer término- son los años de la Cisplatina que, en realidad, se
extienden desde la ocupación de Montevideo, el 17 hasta el 25.
¿Por
qué ese vacío en nuestra historia? La Cisplatina, sin embargo, es un
fruto y al tiempo una semilla. Anuda el paso de los hechos. Muestra la
continuidad de una lucha que llega a nuestros días y ha de prolongarse
en los futuros. La Cisplatina es el reclamo, primero y la gozosa
aceptación después, de la invasión extranjera. Las fuerzas del "orden"
estaban cansadas de la anarquía y los "anarquistas". De la tumultuaria
irrupción de las masas. El héroe convocaba al sacrificio; el extranjero,
ofrecía la sopa en el collar. Entre la libertad -aventura y riesgo- y
la seguridad -sumisión y prebendas- la opción dc las llamadas clases
dirigentes de entonces, fue la que debía ser.
¿Por que, -volvemos a preguntar-, la Cisplatina ha tenido tan pocos comentarios y comentaristas?
Admitamos que sea por pudor. Al respecto se nos permitirá intercalar el
relato de un pequeño hecho. En 1852, apareció en Londres la segunda
edición ampliada de un libro de Sir Woodbine Parish -Buenos Aires and
the provinces of the Rio de la Plata- Woodbine Parish había sido cónsul
general de Inglaterra en Buenos Aires desde 1824 hasta 1832 y su obra
rebosa de datos de gran interés. Poco después de publicado el libro, lo
tradujo al español, en Buenos Aires, Justo Macao, al mismo tiempo que
muchos años más tarde habría de participar con fervor en la
reivindicación de Artigas. El libro de Parish contenía muchos documentos
hasta entonces desconocidos. Macao suprimió algunos, y para explicar la
supresión dijo: "En el original inglés hay un documento firmado por el
general Belgrano y el doctor Rivadavia, datado en Londres el 16 de mayo
de 1815 y que precede a los anteriores por su fecha; pero su contenido
es de tal carácter que me he permitido omitirlo en este apéndice. Esta
omisión despoja a esta traducción española de un valioso agregado; pero
en cambio ella será bien acogida por los corazones generosos que
preferirán la privación de una estéril curiosidad al oprobio que pueda
recaer sobre nombres y reputaciones que como el del primero son el más
glorioso timbre de la hidalguía argentina"
Más de treinta años después, en 1885, al publicar su "Artigas", Macao volvió sobre el tema:
"En la obra en inglés de Sir Woodbine Parish 'Buenos Aires y las
Provincias del Río de la Plata' que tradujimos y anotamos extensamente
hace treinta y un años, de que hablábamos antes, se contenían en el
apéndice algunos de los documentos que evidenciaban esas vergonzosas
defecciones. Entre ellas se incluía la reverente petición y súplica
dirigida a Carlos IV por Belgrano y Rivadavia y otros documentos
relativos a negociaciones análogas. Por lay un sentimiento de dignidad y
aun de candor juvenil, como argentinos y aún como una amarga decepción a
que no queríamos resignarnos, ni en la que podíamos creer, esperando a
mejores pruebas, nos decidimos a suprimir algunos de esos documentos, de
cuya irrecusable autenticidad muy pronto despues nos cercioramos y
ratificamos".
Ahora bien, en 1958 se reimprimió en Buenos Aires
-colección El Pasado Argentino, Hachette- el libro de Woodbine Parish,
en la traducción de Macao y con un prólogo de José Luis Busaníche. El
documento a que refiere Macao continúa suprimido y a él no hace la menor
mención el prologuista Busaniche. Más aún al pie de la página 564,
aparece otra vez la nota explicativa de Macao. Un largo siglo ha pasado y
no se quiere develar el misterio. Agregamos, aunque ya el detalle es
nimio, que por azar poseemos la edición original de Woodbine Parish,
fechada en 1852, y que el documento de la referencia, va de las páginas
386 a 392, a pesar de que la versión que de 61 se da es un resumen,
según el propio Parish lo declara.
Admitamos, como antes
decíamos, que las mutilaciones y vacíos de nuestra historia se hayan
producido, como en el caso de Macao, por pudor. Puede que en otros casos
las razones hayan sido distintas; pero no interesa ahora discutirlo ni
tampoco averiguarlo. La historia sincera, como la quería Seignobos no
puede incurrir en semejantes omisiones. Y escribir la historia con
sinceridad, nos hará bien a todos. No hay otra manera de conocer, por
nuestro pasado, nuestro destino. Y entonces las falsas glorias caerán y
las auténticas resplandecerán mejor.
Desde que la invasión se
inicia, la traición hasta entonces soterrada, aparece. Los años que van
del 16 al 20, -hasta que Artigas se encierra en el Paraguay- son años de
lucha sin pausa y de cruentas y repetidas derrotas y también de
flaquezas, defecciones y renuencias.
El "frente interno" como hoy le
llaman, sobre todo Montevideo, no marcha a compás con la desesperada y
audaz resistencia de las tropas, sin armas ni cuadros, de Artigas.
Mientras esos soldados instintivos se hacen matar, el procerato
ciudadano conspira, intriga, suplica y acoge complaciente las
proposiciones de la oligarquía porteña y de la Corte Imperial. Cualquier
amo antes que los "anarquistas" de Artigas.
Buenos Aires está
dispuesto a entregar la provincia. El procerato montevideano a vender su
alma, para salvar bienes y tranquilidad, al diablo. Pero no es sólo en
la ciudad donde la conspiración se incuba. También los jefes militares
participan en ella. Portugal, que ha esperado su hora, recoge, entre.
bendiciones, los frutos de esta doble y además estúpida traición.
Y
son muchos los grandes hombres de nuestra historia, esos que hoy llenan
el nomenclator de la ciudad, los que aparecen confundidos entre las
sombras de la gran conjura.
En 1816, ya con la invasión en marcha,
se produce la asonada del 3 de septiembre y el arresto de don Miguel
Barreiro. Al frente de ella están, entre otros, Juan Ma. Pérez y Lucas
Obes.
Pocos meses después, Juan J. Durán y Juan Francisco Giró
delegados del Cabildo de Montevideo, ofrecen en bandeja la provincia
oriental al gobierno de Pueyrredón, más que cómplice, fautor de la
invasión. De ese Cabildo forman parte Juan de Medina, Felipe García,
Agustín Estrada, Joaquín Suárez, que luego rescatará con dignidad este
error o falta, Santiago Sierra, Lorenzo J. Pérez, Jerónimo Bianqui.
Artigas rechaza la entrega y contesta a los diputados Durán y Giró,
desde el Campo Volante de Santa Ana, el 26 de diciembre de 1816: "Por
precisos que fuesen los momentos del conflicto, por plenos que hayan
sido los poderes que V. S. revestía en su diputación, nunca debieron
creerse bastantes a sellar los intereses de tantos pueblos sin su
expreso consentimiento.
Yo mismo no bastaría á realizarlos sin este
requisito, ¿y V. S. Con mano serena ha firmado el acta publicada por ese
gobierno en 8 del presente? Es preciso ó suponer a V. S. extranjero en
la historia de nuestros sucesos, o creerlo menos interesado en conservar
lo sagrado de nuestros derechos, para suscribirse á unos pactos, que
envilecen el mérito de nuestra justicia, y cubren de ignominia la sangre
de sus defensores".
.................................................................................................................................................
"El jefe de los orientales ha manifestado en todos tiempos que ama
demasiado su patria, para sacrificar este rico patrimonio de los
orientales al bajo precio de la necesidad. Por fortuna la presente no es
tan extrema que pueda ligarnos a un tal compromiso. Tenga V. S. la
bondad de repetirlo en mi nombre á ese gobierno y asegurarle mi poca
satisfacción en la, liberalidad de sus ideas, con la mezquindad de sus
sentimientos."
"En consecuencia V. S. ha cesado de su comisión, y si
le place puede retirarse a Montevideo, allí podrán efectuarse las
justificaciones competentes, y ojalá que los resultados de su comisión
condigan á los de su conocida honradez."
En mayo del 17, los jefes y
oficiales de las fuerzas sitiadoras de Montevideo, se pronuncian contra
Rivera y exigen que el mando sea conferido a Thomas García de Zúñiga.
Algo más tarde Bauzá; entre cuyos oficiales se cuenta Oribe, abandona
el sitio y se va con armas y bagajes, previo acuerdo con Lecor, a Buenos
Aires.
Después de la derrota de Tacuarembó, cuando Artigas marcha a
las provincias argentinas que aún le son fieles, en busca de refuerzos,
Rivera desacata las órdenes de su jefe y licencia sus tropas, deserta y
se rinde a los portugueses. El propio Eduardo Acevedo, acota al
comentar la lucha con Ramírez: "Fue vencido pues Artigas, gracias a la
escuadra, a las armas y a los soldados que el gobierno de Buenos Aires
había puesto a la disposición de Ramírez en virtud de los convenios
secretos del Pilar. Y fue vencido también, porque las divisiones
orientales que habían escapado del desastre de Tacuarembó, en vez de
cruzar el Uruguay, desacataron sus órdenes para entrar en transacciones
con Lecor. Si esas fuerzas lo hubieran acompañado a Corrientes, es
probable que la suerte de las armas le hubiese sido favorable y entonces
las Provincias Unidas habrían decretado la guerra al Brasil, como
complemento obligado del derrumbe de las autoridades que habían pactado
la conquista de la Banda Oriental. De aquí seguramente la amarga
reconvención que el coronel Cáceres pone en boca de Artigas. "que Rivera
tenía la culpa del triunfo de los portugueses".
Mientras los
soldados de Artigas mueren en los combates que se inician en Santa Ana y
se cierran en Tacuarembó; mientras los jefes planean pronunciamientos o
desertan, el Cabildo de Montevideo, eximio representante de la
contrarrevolución y -¿por qué no?- de la antipatria, se avillana en
zalemas y genuflexiones ante el invasor. Lo recibe bajo palio y
aprovecha la protección de las armas portuguesas para denostar a
Artigas. El 23 de enero de 1817, seis días después de la entrada de
Lecor, el Cabildo declara por boca de su síndico, que "debe tener en
vista el comprometimiento general de este vecindario con las tropas de
Artigas, con Buenos Aires y principalmente con los españoles; y que S.
E. debe entrever que en manos de cualquiera de éstos que el pueblo
desgraciadamente cayera, sería una víctima infeliz de la venganza y
llegarían al colmo de sus desdichas. Que a él le parecía que al Cabildo
representante de los pueblos, tocaba agitar su engrandecimiento y que no
había otro medio que el que pasaba a proponer, cual es (previa la
debida licencia del señor Capitán de la Provincia) hacer una diputación a
su Majestad Fidelísima el Rey nuestro señor, impetrándole su protección
y suplicándole que tuviera la dignación de incorporar este territorio a
los dominios de su corona". Firman el acta los cabildantes, Juan de
Medina, Felipe García, Agustín Estrada, Lorenzo J. Pérez, Gerónimo Pie
Bianqui y el secretario Francisco Solano Antuña.
A poco, el Cabildo
designa a Larrañaga y a Bianqui diputados ante el rey don Juan VI, para
reclamar y concertar la incorporación. "Solicitarán -dicen las
instrucciones- con el mayor empeño que S. M. se digne incorporar a sus
dominios del Brasil este territorio de la Banda Oriental del Río de la
Plata". Estas instrucciones, además de los anteriores cabildantes, las
firman el alcalde de ler. voto don Juan José Durán y el Defensor de
Menores don Juan Fco. Giró, los mismos personajes que un año antes
hablan ido a entregarle la provincia a Pueyrredón.
La traición iba a
consumarse. En tanto Artigas se hunde para siempre en el Paraguay,
Canelones, Maldonado y San José. también se declaran incorporados a la
corona de Portugal y en 1821 se reune el Congreso Cisplatino. Forman
parte de é1 los cabildantes de antes, los desertores de antes y el 18 de
julio de 1821, reténgase la fecha, después de sesudos discursos de
Bianqui, Llambí y Larrañaga, se vota por aclamación la incorporación a
Portugal. "De este modo, acertó a decir, Bianqui, se libra a la
Provincia de la más funesta de todas las esclavitudes que es la de la
anarquía. Viviremos en orden bajo un poder respetable; seguirá nuestro
comercio sostenido pór los progresos dé la pastura; los hacendados
recogerán el fruto de los trabajos emprendidos en sus haciendas, para
repararse de los pasados quebrantos y los hombres díscolos que se
preparan a utilizar, el desorden y satisfacer sus resentimientos en la
sangre de sus compatriotas se aplicarán al trabajo o tendrán que sufrir
el rigor de las leyes; y en cualquier caso que prepare el tiempo, o el
torrente irresistible de los sucesos, se hallará la provincia rica,
despoblada y en estado de sostener el orden que es la base de la
felicidad pública. De hecho nuestro país está en poder de las tropas
portuguesas".
Deben repetirse los nombres de los que vetaron esa
incorporación tanto más cuanto que un sospechoso y en el caso también
piadoso, olvide, ha disimulado o disminuido la tremenda culpa.
Son
éstos: Juan José Durán, Damaso A. Larrañaga, Thomas García de Zúñiga,
Fructuoso Rivera, Loreto de Gomensoro, José Vicente Gallegos, Manuel
Lago, Luis Pérez, Mateo Visillac, José de Alagón, Gerónimo Pío Bianqui,
Romualdo Ximeno, Alejandro Chucarro, Manuel Antonio Sylba, Salvador
García, Francisco Llambí.
Así cerró el drama. El drama de un hombre
solo y de su auténtico e inmaduro pueblo, que va de pelea en pelea,
mientras la intriga de los de afuera, unida a la fuerza, y la traición y
la flaqueza de los de adentro lo empujan a la muerte.
Treinta años
más había de vivir Artigas, en su largo viaje, sin quejas, al fondo de
la noche. Treinta años de una grandeza impar. La calumnia no respetó su
callada y, sin duda, angustiosa soledad.
Después vino tardíamente la
hora de la reparación y en ella todas las voces confluyeron para
ofrecernos la imagen depurada e ideal de un jefe, sin sangre, sin huesos
y sin barro, de un tutelar patriarca colocado más allá del bien y del
mal, del error y de la injusticia. Depurada imagen, vacía de vida.
Depurada imagen que pertenece a la hagiografía.
Y bien, hay que
rescatar hoy y siempre al auténtico Artigas, de la doble conspiración
que es una sola: la de la calumnia y la del incienso. En lo más hondo de
la tierra las dos corrientes que chocaron en un terrible remolino
durante los años de la patria vieja, continúan su curso. El personaje
tiene un inaudito valor humano pero además es la encarnación de la
esperanza y el destino nacionales. Fue el suyo el drama de la soledad,
que soportó, como héroe alguno fue capaz de soportar. Maestro así de
vida, porque todas nuestras desazones e infortunios son ridículos y
mezquinos frente a cuanto él, en obstinado silencio, padeció.
Encarnó la orientalidad. Mientras aliente un oriental, Artigas vivirá.
Pero fue también y sobre todo, el heraldo y profeta de la revolución
nacional, esa que aún espera el llamado de los tiempos para realizarse.
Por serlo, los hombres de "orden", lo acosaron, lo traicionaron, lo
calumniaron. Antes que los "anarquistas" de Artigas, la intervención
extranjera. Antes que la revolución de esos "anarquistas" se propagara,
la entrega al enemigo secular, preparada "inteligentemente", con gran
abundancia de palabras, por los doctores de chistera y levita,
genuflexos y cobardes, pedantes y miopes.
Ahora como ayer, ha de
volverse hacia el Artigas auténtico -sangre, nervios, huesos, barro-
para reiniciar la marcha y lanzarse al combate, contra los herederos del
alma de aquellos que consumaron la gran traición, esa gran traición
todavía viçtoriosa, que recurre a los mismos métodos, las mismas
prácticas, los mismos argumentos y los mismos apoyos -cambian sólo las
denominaciones- para derrotar otra vez al artiguismo.
Carlos Quijano
MARCHA, 19 de mayo de 1961.
Reproducido en Cuadernos de Marcha
Noviembre de 1985
"El jefe de los orientales ha manifestado en todos tiempos que ama demasiado su patria, para sacrificar este rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad. Por fortuna la presente no es tan extrema que pueda ligarnos a un tal compromiso. Tenga V. S. la bondad de repetirlo en mi nombre á ese gobierno y asegurarle mi poca satisfacción en la, liberalidad de sus ideas, con la mezquindad de sus sentimientos."
"En consecuencia V. S. ha cesado de su comisión, y si le place puede retirarse a Montevideo, allí podrán efectuarse las justificaciones competentes, y ojalá que los resultados de su comisión condigan á los de su conocida honradez."
En mayo del 17, los jefes y oficiales de las fuerzas sitiadoras de Montevideo, se pronuncian contra Rivera y exigen que el mando sea conferido a Thomas García de Zúñiga.
Algo más tarde Bauzá; entre cuyos oficiales se cuenta Oribe, abandona el sitio y se va con armas y bagajes, previo acuerdo con Lecor, a Buenos Aires.
Después de la derrota de Tacuarembó, cuando Artigas marcha a las provincias argentinas que aún le son fieles, en busca de refuerzos, Rivera desacata las órdenes de su jefe y licencia sus tropas, deserta y se rinde a los portugueses. El propio Eduardo Acevedo, acota al comentar la lucha con Ramírez: "Fue vencido pues Artigas, gracias a la escuadra, a las armas y a los soldados que el gobierno de Buenos Aires había puesto a la disposición de Ramírez en virtud de los convenios secretos del Pilar. Y fue vencido también, porque las divisiones orientales que habían escapado del desastre de Tacuarembó, en vez de cruzar el Uruguay, desacataron sus órdenes para entrar en transacciones con Lecor. Si esas fuerzas lo hubieran acompañado a Corrientes, es probable que la suerte de las armas le hubiese sido favorable y entonces las Provincias Unidas habrían decretado la guerra al Brasil, como complemento obligado del derrumbe de las autoridades que habían pactado la conquista de la Banda Oriental. De aquí seguramente la amarga reconvención que el coronel Cáceres pone en boca de Artigas. "que Rivera tenía la culpa del triunfo de los portugueses".
Mientras los soldados de Artigas mueren en los combates que se inician en Santa Ana y se cierran en Tacuarembó; mientras los jefes planean pronunciamientos o desertan, el Cabildo de Montevideo, eximio representante de la contrarrevolución y -¿por qué no?- de la antipatria, se avillana en zalemas y genuflexiones ante el invasor. Lo recibe bajo palio y aprovecha la protección de las armas portuguesas para denostar a Artigas. El 23 de enero de 1817, seis días después de la entrada de Lecor, el Cabildo declara por boca de su síndico, que "debe tener en vista el comprometimiento general de este vecindario con las tropas de Artigas, con Buenos Aires y principalmente con los españoles; y que S. E. debe entrever que en manos de cualquiera de éstos que el pueblo desgraciadamente cayera, sería una víctima infeliz de la venganza y llegarían al colmo de sus desdichas. Que a él le parecía que al Cabildo representante de los pueblos, tocaba agitar su engrandecimiento y que no había otro medio que el que pasaba a proponer, cual es (previa la debida licencia del señor Capitán de la Provincia) hacer una diputación a su Majestad Fidelísima el Rey nuestro señor, impetrándole su protección y suplicándole que tuviera la dignación de incorporar este territorio a los dominios de su corona". Firman el acta los cabildantes, Juan de Medina, Felipe García, Agustín Estrada, Lorenzo J. Pérez, Gerónimo Pie Bianqui y el secretario Francisco Solano Antuña.
A poco, el Cabildo designa a Larrañaga y a Bianqui diputados ante el rey don Juan VI, para reclamar y concertar la incorporación. "Solicitarán -dicen las instrucciones- con el mayor empeño que S. M. se digne incorporar a sus dominios del Brasil este territorio de la Banda Oriental del Río de la Plata". Estas instrucciones, además de los anteriores cabildantes, las firman el alcalde de ler. voto don Juan José Durán y el Defensor de Menores don Juan Fco. Giró, los mismos personajes que un año antes hablan ido a entregarle la provincia a Pueyrredón.
La traición iba a consumarse. En tanto Artigas se hunde para siempre en el Paraguay, Canelones, Maldonado y San José. también se declaran incorporados a la corona de Portugal y en 1821 se reune el Congreso Cisplatino. Forman parte de é1 los cabildantes de antes, los desertores de antes y el 18 de julio de 1821, reténgase la fecha, después de sesudos discursos de Bianqui, Llambí y Larrañaga, se vota por aclamación la incorporación a Portugal. "De este modo, acertó a decir, Bianqui, se libra a la Provincia de la más funesta de todas las esclavitudes que es la de la anarquía. Viviremos en orden bajo un poder respetable; seguirá nuestro comercio sostenido pór los progresos dé la pastura; los hacendados recogerán el fruto de los trabajos emprendidos en sus haciendas, para repararse de los pasados quebrantos y los hombres díscolos que se preparan a utilizar, el desorden y satisfacer sus resentimientos en la sangre de sus compatriotas se aplicarán al trabajo o tendrán que sufrir el rigor de las leyes; y en cualquier caso que prepare el tiempo, o el torrente irresistible de los sucesos, se hallará la provincia rica, despoblada y en estado de sostener el orden que es la base de la felicidad pública. De hecho nuestro país está en poder de las tropas portuguesas".
Deben repetirse los nombres de los que vetaron esa incorporación tanto más cuanto que un sospechoso y en el caso también piadoso, olvide, ha disimulado o disminuido la tremenda culpa.
Son éstos: Juan José Durán, Damaso A. Larrañaga, Thomas García de Zúñiga, Fructuoso Rivera, Loreto de Gomensoro, José Vicente Gallegos, Manuel Lago, Luis Pérez, Mateo Visillac, José de Alagón, Gerónimo Pío Bianqui, Romualdo Ximeno, Alejandro Chucarro, Manuel Antonio Sylba, Salvador García, Francisco Llambí.
Así cerró el drama. El drama de un hombre solo y de su auténtico e inmaduro pueblo, que va de pelea en pelea, mientras la intriga de los de afuera, unida a la fuerza, y la traición y la flaqueza de los de adentro lo empujan a la muerte.
Treinta años más había de vivir Artigas, en su largo viaje, sin quejas, al fondo de la noche. Treinta años de una grandeza impar. La calumnia no respetó su callada y, sin duda, angustiosa soledad.
Después vino tardíamente la hora de la reparación y en ella todas las voces confluyeron para ofrecernos la imagen depurada e ideal de un jefe, sin sangre, sin huesos y sin barro, de un tutelar patriarca colocado más allá del bien y del mal, del error y de la injusticia. Depurada imagen, vacía de vida. Depurada imagen que pertenece a la hagiografía.
Y bien, hay que rescatar hoy y siempre al auténtico Artigas, de la doble conspiración que es una sola: la de la calumnia y la del incienso. En lo más hondo de la tierra las dos corrientes que chocaron en un terrible remolino durante los años de la patria vieja, continúan su curso. El personaje tiene un inaudito valor humano pero además es la encarnación de la esperanza y el destino nacionales. Fue el suyo el drama de la soledad, que soportó, como héroe alguno fue capaz de soportar. Maestro así de vida, porque todas nuestras desazones e infortunios son ridículos y mezquinos frente a cuanto él, en obstinado silencio, padeció.
Encarnó la orientalidad. Mientras aliente un oriental, Artigas vivirá. Pero fue también y sobre todo, el heraldo y profeta de la revolución nacional, esa que aún espera el llamado de los tiempos para realizarse. Por serlo, los hombres de "orden", lo acosaron, lo traicionaron, lo calumniaron. Antes que los "anarquistas" de Artigas, la intervención extranjera. Antes que la revolución de esos "anarquistas" se propagara, la entrega al enemigo secular, preparada "inteligentemente", con gran abundancia de palabras, por los doctores de chistera y levita, genuflexos y cobardes, pedantes y miopes.
Ahora como ayer, ha de volverse hacia el Artigas auténtico -sangre, nervios, huesos, barro- para reiniciar la marcha y lanzarse al combate, contra los herederos del alma de aquellos que consumaron la gran traición, esa gran traición todavía viçtoriosa, que recurre a los mismos métodos, las mismas prácticas, los mismos argumentos y los mismos apoyos -cambian sólo las denominaciones- para derrotar otra vez al artiguismo.
Carlos Quijano
MARCHA, 19 de mayo de 1961.
Reproducido en Cuadernos de Marcha
Noviembre de 1985
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